Luna llena 19/9/13
Ya es tradición. Es todo un proceso: volar a Espalmador.
Piratas, indios, sirenas, niños perdidos, hadas...
El Capitán Garfio nos lleva en su velero de ensueño.
Los piratas nos localizan, nos rodean, nos abordan y nos secuestran.
Y las sirenas les damos de beber directo a sus bocas nuestra pócima negra
para que estén aún más a nuestra merced,
hipnotizados por nuestros encantos y movimientos.
El paraje es idílico. Arena fría y blanca se cuela entre los dedos de los pies de los que bailamos descalzos, inagotables,
con la música que parece haber sido compuesta para ese mismo instante, para nosotros. Porque la hacemos nuestra.
La sombra de los cuerpos son dibujos perfectamente nítidos
y la luna es la principal espectadora. Más bien la única y exclusiva.
La observamos con adoración sin ser conscientes de que el verdadero protagonismo lo tenemos nosotros.
Nos sentimos absorbidos por ella como si estuviéramos bajo su control, como las mareas.
Es tan fría, blanca y pura que nos hace hervir la sangre
y desata y desenfrena liberándonos los salvajes que llevamos dentro.
Y entonces el pirata se pone su turbante.
Entonces el espacio se estrecha, toda esa inmensidad infinita se reduce
y da la sensación de que son sólo unos pocos centímetros los que nos separan,
que esté donde esté y vaya donde vaya son sólo unos pocos centímetros.
Y le bailo a él entre mucha gente, ojos y conversaciones, pero le bailo a él.
Bailo imaginándome ese movimiento para él, sobre él o debajo de él.
Siento calor y sigo bailando,
y le busco con los ojos y me aguanta la mirada,
me baila con la mirada y sonríe.
Me ruborizo y sigo bailando para él.
Cada vez es menor la distancia
y tiene el poder de hacerme sentir que me roza sin ni siquiera tocarme.
Por instantes desaparece la gente y sólo siento el ritmo de la música en mi pecho
y el ritmo de su sangre que me late fuerte entre las piernas.
Se me olvida la luna, la arena y la isla.
Sólo el contraste del fresco relente con mi fuego me hace recordar.
No nos decimos nada, sólo nos bailamos, nos sonreímos y nos clavamos la mirada.
Empiezo a jugar con él, me acerco tanto que le huelo,
recorro con mis labios su cuello y me pierdo en su barba.
Pero me separo y sigo bailando.
Entonces se acerca él.
Ni me toca, sólo espera que yo lo haga.
Lo sabe, lo tiene que saber que me tiene bajo control y maneja el deseo a su antojo.
Decimos nada, decimos tonterías porque no sabemos qué decir.
Pero sabemos qué hacer.
¿Nos vamos? No contesto.
¿Nos vamos? Le miro, callada. Para mí es una afirmación.
Sólo buscamos alejarnos de las miradas y comentarios,
sólo queremos estar con la luna y la arena fría.
Él anda por las dunas,
yo imagino que el pirata me ha secuestrado en la isla y ha amarrado su barco en esa orilla para poseerme,
y le sigo como una cría a su madre,
como si en él estuviera todo lo que necesito.
Sabe dónde va, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Encuentra el sitio y sin hablar coloca la tela que va a acabar entre arena y entre nuestros cuerpos.
Me dejo caer y entonces nos tocamos, nos tocamos mucho,
todo lo que hemos contenido antes.
Fuerte, con deseo, besándonos con las bocas secas, creando saliva,
como si fuéramos un oasis después de semanas sin beber.
Entonces sí que me habla, entre gemidos susurra, yo sólo actúo.
Le miro asintiendo pero no contesto.
Otra vez se nos ha olvidado la luna.
Pero en realidad somos tres, porque ella no deja de acariciarnos.
Oímos la música a lo lejos y la empezamos entonces a crear nosotros.
Quiere que lleve el control. Yo quiero todo. Quiero eso.
Bailamos de mil maneras hasta que el éxtasis nos extasía.
Y muero, floto, caigo, vuelo.
Encima de mí completamente encaja su cabeza en mi cuello y su brazo alrededor y desfallece, respira fuerte en mi oreja.
Suspiro, muevo mis manos en su espalda y le empiezo a acariciar.
Entonces nos vamos con la luna, volando, soñando.
Volamos sin el barco, volamos solos. Encajados, clavados el uno en el otro.
Respirándonos.
Nuestra mente vuela pero nuestros cuerpos se quedan petrificados, difuminados en la arena, rodeados por ella.
Pasa el tiempo que en toda la noche no ha existido, no sabemos cuánto pero pasa.
El frío recorre sus huesos porque él me está dando todo su calor.
Todos los centímetros de mi cuerpo están cubiertos por él o por la arena.
Me muevo para desencajarme y hago que se mueva él.
El agua que habíamos derramado por el cuerpo y la boca está seca.
Reaccionamos, recogemos y volvemos al poblado.
La música sigue, todos están felices, embriagados, relajados... bañados por la luna.
Él se deja caer al lado de su música, nos envolvemos otra vez y dormimos.
Las voces de los que se van nos despiertan. Ya es de día.
Como si nada nos levantamos.
Alguien dice que va a salir el sol y los pocos náufragos que quedamos subimos a las dunas.
El espectáculo. Luna y sol. Bola de fuego que vuela como un globo. La paleta de colores en 180º. Absoluta.
Ese momento sólo podía verlo con ella, con mi Mar, que sigue allí mágica vestida de negro. Tampoco hablamos.
Drogamos nuestros pulmones, risas tontas y delirios. Subimos al barco que vuela y vamos bajando de la luna en un trayecto con más miradas, música en vena,
planeando por un mar petróleo coronado por nubes gigantes y fuego.
El arca de "Noel", los supervivientes, cada uno de una especie.
Únicos, incatalogables. Privilegiados.
Aparecemos en l'Estany ante la mirada atónita de turistas curiosos.
Con la ropa remangada, mojada de sal y arena.
Botellas de vidrio vacías y almas llenas. Piratas.
Las eternas gracias las damos con un saludo general, sonrisa
y mirada caída de sueño y brillante de felicidad.
El pirata amarra la barca voladora, está quieto en medio de l'Estany.
Gracias. Sonrisa que derrite y...
Hasta siempre luna helada infinita de Espalmador.
Piratas, indios, sirenas, niños perdidos, hadas...
El Capitán Garfio nos lleva en su velero de ensueño.
Los piratas nos localizan, nos rodean, nos abordan y nos secuestran.
Y las sirenas les damos de beber directo a sus bocas nuestra pócima negra
para que estén aún más a nuestra merced,
hipnotizados por nuestros encantos y movimientos.
El paraje es idílico. Arena fría y blanca se cuela entre los dedos de los pies de los que bailamos descalzos, inagotables,
con la música que parece haber sido compuesta para ese mismo instante, para nosotros. Porque la hacemos nuestra.
La sombra de los cuerpos son dibujos perfectamente nítidos
y la luna es la principal espectadora. Más bien la única y exclusiva.
La observamos con adoración sin ser conscientes de que el verdadero protagonismo lo tenemos nosotros.
Nos sentimos absorbidos por ella como si estuviéramos bajo su control, como las mareas.
Es tan fría, blanca y pura que nos hace hervir la sangre
y desata y desenfrena liberándonos los salvajes que llevamos dentro.
Y entonces el pirata se pone su turbante.
Entonces el espacio se estrecha, toda esa inmensidad infinita se reduce
y da la sensación de que son sólo unos pocos centímetros los que nos separan,
que esté donde esté y vaya donde vaya son sólo unos pocos centímetros.
Y le bailo a él entre mucha gente, ojos y conversaciones, pero le bailo a él.
Bailo imaginándome ese movimiento para él, sobre él o debajo de él.
Siento calor y sigo bailando,
y le busco con los ojos y me aguanta la mirada,
me baila con la mirada y sonríe.
Me ruborizo y sigo bailando para él.
Cada vez es menor la distancia
y tiene el poder de hacerme sentir que me roza sin ni siquiera tocarme.
Por instantes desaparece la gente y sólo siento el ritmo de la música en mi pecho
y el ritmo de su sangre que me late fuerte entre las piernas.
Se me olvida la luna, la arena y la isla.
Sólo el contraste del fresco relente con mi fuego me hace recordar.
No nos decimos nada, sólo nos bailamos, nos sonreímos y nos clavamos la mirada.
Empiezo a jugar con él, me acerco tanto que le huelo,
recorro con mis labios su cuello y me pierdo en su barba.
Pero me separo y sigo bailando.
Entonces se acerca él.
Ni me toca, sólo espera que yo lo haga.
Lo sabe, lo tiene que saber que me tiene bajo control y maneja el deseo a su antojo.
Decimos nada, decimos tonterías porque no sabemos qué decir.
Pero sabemos qué hacer.
¿Nos vamos? No contesto.
¿Nos vamos? Le miro, callada. Para mí es una afirmación.
Sólo buscamos alejarnos de las miradas y comentarios,
sólo queremos estar con la luna y la arena fría.
Él anda por las dunas,
yo imagino que el pirata me ha secuestrado en la isla y ha amarrado su barco en esa orilla para poseerme,
y le sigo como una cría a su madre,
como si en él estuviera todo lo que necesito.
Sabe dónde va, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Encuentra el sitio y sin hablar coloca la tela que va a acabar entre arena y entre nuestros cuerpos.
Me dejo caer y entonces nos tocamos, nos tocamos mucho,
todo lo que hemos contenido antes.
Fuerte, con deseo, besándonos con las bocas secas, creando saliva,
como si fuéramos un oasis después de semanas sin beber.
Entonces sí que me habla, entre gemidos susurra, yo sólo actúo.
Le miro asintiendo pero no contesto.
Otra vez se nos ha olvidado la luna.
Pero en realidad somos tres, porque ella no deja de acariciarnos.
Oímos la música a lo lejos y la empezamos entonces a crear nosotros.
Quiere que lleve el control. Yo quiero todo. Quiero eso.
Bailamos de mil maneras hasta que el éxtasis nos extasía.
Y muero, floto, caigo, vuelo.
Encima de mí completamente encaja su cabeza en mi cuello y su brazo alrededor y desfallece, respira fuerte en mi oreja.
Suspiro, muevo mis manos en su espalda y le empiezo a acariciar.
Entonces nos vamos con la luna, volando, soñando.
Volamos sin el barco, volamos solos. Encajados, clavados el uno en el otro.
Respirándonos.
Nuestra mente vuela pero nuestros cuerpos se quedan petrificados, difuminados en la arena, rodeados por ella.
Pasa el tiempo que en toda la noche no ha existido, no sabemos cuánto pero pasa.
El frío recorre sus huesos porque él me está dando todo su calor.
Todos los centímetros de mi cuerpo están cubiertos por él o por la arena.
Me muevo para desencajarme y hago que se mueva él.
El agua que habíamos derramado por el cuerpo y la boca está seca.
Reaccionamos, recogemos y volvemos al poblado.
La música sigue, todos están felices, embriagados, relajados... bañados por la luna.
Él se deja caer al lado de su música, nos envolvemos otra vez y dormimos.
Las voces de los que se van nos despiertan. Ya es de día.
Como si nada nos levantamos.
Alguien dice que va a salir el sol y los pocos náufragos que quedamos subimos a las dunas.
El espectáculo. Luna y sol. Bola de fuego que vuela como un globo. La paleta de colores en 180º. Absoluta.
Ese momento sólo podía verlo con ella, con mi Mar, que sigue allí mágica vestida de negro. Tampoco hablamos.
Drogamos nuestros pulmones, risas tontas y delirios. Subimos al barco que vuela y vamos bajando de la luna en un trayecto con más miradas, música en vena,
planeando por un mar petróleo coronado por nubes gigantes y fuego.
El arca de "Noel", los supervivientes, cada uno de una especie.
Únicos, incatalogables. Privilegiados.
Aparecemos en l'Estany ante la mirada atónita de turistas curiosos.
Con la ropa remangada, mojada de sal y arena.
Botellas de vidrio vacías y almas llenas. Piratas.
Las eternas gracias las damos con un saludo general, sonrisa
y mirada caída de sueño y brillante de felicidad.
El pirata amarra la barca voladora, está quieto en medio de l'Estany.
Gracias. Sonrisa que derrite y...
Hasta siempre luna helada infinita de Espalmador.





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